Hola, mi niña:
Como contigo, estás ultimas semanas del embarazo de tu hermano se me están haciendo algo largas. No es sólo la torpeza de la barriga, el insomnio o el calor, sino especialmente la sensación de tener la miel ya casi en los labios, encontrarse en esa recta final tras la que nuestra vida cambiará para siempre. Ese final del camino que en tu caso nunca nos ofreció el destino que esperábamos.
Dicen que cada embarazo es diferente y creo que cada semana, cada día de estos últimos 8 meses, ha sido un vivo reflejo de esa realidad. Pero este mes de agosto es especialmente ambiguo, pues son muchos y variados los sentimientos y emociones que me acompañan mientras preparamos la llegada de tu hermano. La ilusión ha vuelto, la impaciencia es mayor que nunca y vuelvo a sentir esa incertidumbre ante la responsabilidad de ser madre que nunca se irá; pero también hace que se acentúe tu ausencia: en esas ropitas almacenadas que nunca te pondrás, en esa oportunidad que espero que se cumpla para él pero que tu nunca volverás a tener.
Como he repetido tantas veces, me siento muy afortunada de que decidieras entrar en mi vida, aunque fuera de manera tan breve. No negaré que muchas veces, cuando la añoranza es más fuerte, me gustaría que hubieras sido una niña normal, para que todos hubiéramos podido compartir más contigo, pero la mayoría del tiempo logro aceptar el regalo que tuvimos, aún con el dolor que vino. Sin embargo, aunque mi vida sigue, tan distinta pero tan parecida a la de hace un año, quizás soy de nuevo más consciente de aquello que nunca tendremos y me cuesta pensar que aunque estés ahí velando por tu hermano, aunque quizás él no hubiera venido si no fuera por ti, jamás podré compartir contigo lo que espero poder ofrecerle a él. Y así espero a que pasen los días, tan lentos, confiando en que este viaje tan diferente tenga un destino distinto, aunque sea sin ti a nuestro lado.
Te quiere,
Tu mamá