Hola, mi vida:
Hoy la noche me ha hecho un pequeño regalo: entre las rebuscadas fantasías de Morfeo, me ha dejado tenerte de nuevo entre mis brazos. Ignorando feliz la consciencia de que era sólo un sueño, te he acercado a mi pecho y acunado con ternura, saboreando el efímero momento; el espejismo de mis manos acariciaba tu frágil piel mientras te cambiaba los pañales, con tus ojitos fijos en mi cara, mientras esa boquita de piñón, de finos labios carmesí, me dedicaba la sonrisa que nunca tuve.
Después ha llegado la mañana y con ella tu ausencia. Tu padre me ha mirado con ternura, bañándome en caricias e intentando robar una sonrisa; así que me he obligado a sacudir la melancolía y se la he entregado, contigo que también eras él siempre en mi mente. Y el día ha seguido en esta casa tan llena e irónicamente tan vacía, donde mi familia intenta preservar ese precario ánimo, ocultando su preocupación entre labores de limpieza y miradas furtivas; yo les miro con cariño, les abrazo y les quiero, pero su consuelo sabe a poco en mi boca. Un consuelo que tampoco encuentro en la eternidad prometida, pues sin ti no logro reconciliarme con ese Dios extraño que perdí hace tiempo; aún así, mi razón pierde a ratos la partida y en una silenciosa oración, desde muy dentro anhelo con todas mis fuerzas que mi pequeño angelito me espere en las alturas, acompañada por tantos a los que quise y me quisieron, protegida por siempre, cuando yo no la pude proteger.
Por eso hoy he huido a las laderas del Tibidabo, con la penitencia del infausto recorrido que hicimos aquella noche tan llenos de ilusión, ilusión que se quebró en mil pedazos cuando tu corazón ya no latía. Y mirando la ciudad, rezo de nuevo por ti, mi pequeña Aroa, y lloro en el pecho de tu padre por todo el tiempo que nos ha sido robado.
Hablamos de buscarte un lugar especial, pero yo no puedo dejarte ir todavía, aunque seas ahora sólo polvo y cenizas. Sé que lo comprende, y como cada día consolará y esperará paciente, aunque algo preocupado porque esa pena no pase y me aleje. Para él es diferente, la mente ha calmado al corazón; pero no te engañes, mi cielo, sé que siempre recordará tu carita entre sus brazos, las lagrimas de esa despedida tardía, pero hace días que decidió aferrarse a la única mujer que le queda.
Tu tía, la que soñaba contigo |
La tarde pasa y con ella una hermana se va y otra llega, las dos tan sensibles y preocupadas, tan llenas de amor hacia mí. Y yo me siento una farsante al no poder corresponderlas, pues mi corazón roto todavía te pertenece a ti, mi querida niña. Quizás por eso a tu abuela, aquella que tanta ilusión compartió, quién te tejió vestidos, sábanas y arrullos, la que tiene también todavía el alma partida, le hago todavía un poco más triste al pedirle un poco de soledad para llorarte.
Y así se va otro día y tú cada vez estás más lejos, pero yo no dejo de quererte.
Tu mamá
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