Por eso busco la manera de llevarlo cerca de mi corazón, un recuerdo palpable al que poder acariciar, con lo poco que me queda de ti. Porque aunque atesoro con avaricia cada una de nuestras memorias, que son tantas y a la vez tan pocas, se qué ya no estás, mi vida, y eso no me lo devolverán los recuerdos.
Recuerdos que aún así son como joyas, reflejos pulidos con brillo propio; algunos compartidos, muchos sólo de las dos. Aunque fueron tantos los que nos acompañaron y te quisieron desde el principio: eran para ti las felicitaciones y el comedido brindis de tus abuelos y tía paternos, por ti la sorpresa disfrazada de Ikea de tu abuela materna y las ofertas de canguro de mis ilusionadas hermanas; una navidad de promesas y felicidad compartida. Ni la prudencia de las primeras semanas ni los nervios de qué pasará en el trabajo enturbiaron nuestros primeros meses, mientras tu seguías sin querer molestar, pequeña, y yo estudiaba tus avances en el móvil, entre dibujos anatómicos y metáforas agrícolas. Y la noticia se fue extendiendo, entre esquiaras y guardias, mientras yo te palpaba con orgullo en mi barriga apenas prominente.
Ya desde entonces te quería, aunque todavía no sabía cuanto.
Tu mamá
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