Lo poco que me queda |
Hoy hace casi un mes desde que te perdí. Quizás como dicen todos el paso del tiempo mitigue tu ausencia, pero la aparición de la rutina no hace sino recordarme que ya no se apartará para darte la bienvenida. Por eso, a veces tengo la sensación que las horas pasan sin sentido y los días se escurren entre mis dedos mientras yo estoy ocupada echándote de menos. No puedo evitar ver tus rasgos en otros niños, anhelante, imaginando aquello que pudo haber sido. Y mi boca se amarga y los ojos se llenan de lágrimas mientras busco una razón para la injusticia de no tenerte.
Pero también el corazón me concede treguas, que utilizo para refugiarme en los meses que compartimos. Me conforta pensar en esos momentos que disfrutamos las dos: el placer del agua sobre mi barriga cuando tarareaba para tí en la ducha, el olor a caramelo con reflejos de purpurina de la crema que me ponía cada día o el baile que compartíamos cada noche, tú inquieta y revoltosa mientras yo te acunaba con las manos en los costados. Incluso tus ataques de hipo, hasta en eso como tu madre.
Nuestro moisés |
Sin embargo, no puedo evitar recordar todos los planes que tracé con tu padre, tus abuelos o tus tías, intentando recuperar algo de tanta ilusión desbordada, teñida de la impotencia de no llevarlos a cabo. Porqué sé que es un imposible, pero todavía quiero que duermas a nuestro lado, que me desvele tu llanto de madrugada y que me regales esa primera sonrisa, tan breve como inolvidable. Y sé que tengo que seguir adelante, que se acerca el momento de la despedida, pero yo no puedo, mi vida, pensar en dejarte marchar.
Tu mamá
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